Si pudiéramos hacernos oír por ti, que nos escribiste, o por ti, que estás en una situación similar, te diríamos con todas nuestras fuerzas: “¡Estás en un grave peligro! ¡Vuélvete al Señor, inmediatamente!”. Sin embargo, nuestro grito, por desesperado que fuese, no lograría infundir el temor que se debe tener ante un peligro así; a lo más haría que nos creyeses locos.
Pero, ¿qué harías tú frente a un hombre ciego que camina derecho hacia un precipicio? ¿qué harías tú ante un automovilista que corre, en una noche oscura de temporal, en dirección a un puente cortado? El peligro que enfrenta un joven creyente que se ha alejado de Dios no es menor; al contrario.
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