Esta solemnidad, instituida por Pío XI en 1925, cierra el año litúrgico con una grandiosa visión de fe y de esperanza en el señorío de Jesús el Mesías de Dios, Señor del cosmos y de la historia. Un señorío y una realeza que no se fundamentan ni en el poder ni en el terror, sino en la donación de un amor sin límites. En el centro de la liturgia de hoy emerge soberana la figura de Cristo en la cruz que, según el evangelista Lucas, como último acto de su reino terrestre y como primer gesto de su reino glorioso, ofrece el perdón y la paz.
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