
A partir del Bautismo, el Espíritu divino habita en el cristiano como en su templo. Gracias a la fuerza del Espíritu que habita en nosotros, el Padre y el Hijo vienen también a habitar en cada uno de nosotros.
El don del Espíritu Santo es el que:
*nos eleva y asimila a Dios en nuestro ser y en nuestro obrar;
*nos permite conocerlo y amarlo;
*hace que nos abramos a las divinas personas y que se queden en nosotros.
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